Con frecuencia me acuerdo de Conchi que, según el Servicio de Psiquiatría con el que mi Centro de salud compartía edificio, fue la paciente más difícil que habían tenido nunca (mentalmente hablando).
Conchi no era una psicótica, tan solo era una gran neurótica,es decir no tenía una enfermedad que le alterara el curso del pensamiento lógico, sino que todo su malestar emanaba de una necesidad imperiosa de afecto que le hacía comportarse como una gran loca la mayor parte del año.
Cuando Conchi llamaba para que fuésemos a su casa de forma urgente porque se encontraba muy mal, yo conversaba con ella por teléfono y con tres palabras de ánimo la convencía para que se vistiera y se acercara al Centro con la promesa de que no la haría esperar ( lo suyo siempre era muy urgente).
En una ocasión puso un aviso domiciliario que fue atendido por una compañera mía; al ir a visitarla se encontró con la desagradable sorpresa de que no abría la puerta de su casa; alarmada y pensando que podría haber ocurrido algo fatal, llamó a la Policía que se personó sirena en ristre y tras comprobar que no contestaba nadie, avisaron a los bomberos que tiraron la puerta abajo. Al entrar, todo en silencio; llegan a la puerta del baño en el que había luz y de un empujón la abrieron; ¡¡¡ah!!! encontraron a Conchi sentada en la taza del váter vivita y coleando; mi compañera con voz temblorosa le preguntó:
_ ¿Pero Conchi qué haces ?
_ A lo que ella contestó: _ Cagando.
Conchi no era una psicótica, tan solo era una gran neurótica,es decir no tenía una enfermedad que le alterara el curso del pensamiento lógico, sino que todo su malestar emanaba de una necesidad imperiosa de afecto que le hacía comportarse como una gran loca la mayor parte del año.
Cuando Conchi llamaba para que fuésemos a su casa de forma urgente porque se encontraba muy mal, yo conversaba con ella por teléfono y con tres palabras de ánimo la convencía para que se vistiera y se acercara al Centro con la promesa de que no la haría esperar ( lo suyo siempre era muy urgente).
En una ocasión puso un aviso domiciliario que fue atendido por una compañera mía; al ir a visitarla se encontró con la desagradable sorpresa de que no abría la puerta de su casa; alarmada y pensando que podría haber ocurrido algo fatal, llamó a la Policía que se personó sirena en ristre y tras comprobar que no contestaba nadie, avisaron a los bomberos que tiraron la puerta abajo. Al entrar, todo en silencio; llegan a la puerta del baño en el que había luz y de un empujón la abrieron; ¡¡¡ah!!! encontraron a Conchi sentada en la taza del váter vivita y coleando; mi compañera con voz temblorosa le preguntó:
_ ¿Pero Conchi qué haces ?
_ A lo que ella contestó: _ Cagando.
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