miércoles, 21 de septiembre de 2011

METERSE EN EL ARMARIO

Conchi debió tener una infancia difícil porque su madre también había sido una enferma mental. No me aclaré del todo sobre qué enfermedad había padecido su progenitora, aunque por las explicaciones de mi paciente creo que también fue una gran neurótica y algo más. Supongo que aquella mujer no dio a Conchi el cariño y el apoyo que necesitaba y ella siempre se sintió bastante desamparada, incluso de niña.

Conchi tuvo después mala suerte en las relaciones amorosas, en gran parte por su neurosis, por lo que estuvo acompañada poco tiempo, siendo, como era, una persona que no soportaba estar sola.

Cuando se encontraba muy deprimida, se metía en el armario de su dormitorio, acurrucada, como si ese mueble fuera el sustituto de un regazo amable en el que sentirse segura y tranquila.

Conchi comenzó a consultar por síntomas extraños; que si sentía un pellizco en el estómago, que si notaba un vuelco en la cabeza... Fue derivada al especialista de digestivo para estudio. Además empeoró de sus síntomas neuróticos con episodios de desorientación. Un día me llaman por teléfono desde un Centro de Salud de la otra punta de la ciudad, para comunicarme:
- Hay una señora que dice que no sabe como se llama, ni dónde vive, sólo se acuerda del nombre de su médico y el Centro de Salud al que pertenece, no ha traído bolso, ni documentos de identificación.
-Si es gordita y bizca es Conchi -contesté yo.
Les aconsejé que la metieran en un taxi y la enviaran para mi consulta.

Conchi había acudido tantas veces a urgencias en los últimos años que ya no le hacían mucho caso y como en el cuento del lobo y las ovejas, el día que le hicieron una radiografía de abdomen no advirtieron una masa que le llegaba hasta el ombligo, acudió a mi consulta y al verla la ingresé en el hospital para estudio. Se le diagnosticó cáncer de útero.

Ni qué decir tiene que, en aquél momento, Conchi empezó a estar realmente enferma.

domingo, 4 de septiembre de 2011

MADRES DE HOY EN DÍA

Todas las mujeres, desde el principio de los tiempos, han cuidado de sus hijos sin haber tenido un libro de instrucciones. En el último siglo las madres han accedido a mayor formación y conocimiento, pero en algunos aspectos las madres de hoy en día se han vuelto rematadamente tontas. Lo que si está claro es que al menos han perdido dos neuronas: la de poner el termómetro y la de mirar la garganta a sus niños cuando parecen estar enfermos, y por supuesto en cuanto éstos dan dos estornudos ya están acudiendo de urgencias al pediatra.

Los pediatras y enfermeras de pediatría asisten a diario, con la boca abierta, a algunas dudas existenciales de las mamás.

-Dr. mi niño tiene 3 años, ¿puede tomar ya agua del grifo?. ( Pero ¿cómo?, ¡ si a los 3 años antes bebíamos agua de los charcos! ).

-Vengo de urgencias porque mi niño se ha cortado.
La enfermera de pediatría sale corriendo en su primer día de trabajo, con grandes dudas sobre su pericia para suturar heridas. Explora al niño y no ve nada.
-¿Pero dónde tiene la herida?.
-En el dedo, se ha cortado con un folio.
-Pero señora, si prácticamente no se ve el arañazo.
-Ya, pero como me ha dicho el niño que le traiga a urgencias. (¡Puaf!, pues menos mal que no le ha pedido hora para el jefe de Servicio de Cirugía).

-Mire Dr., creo que mi niña tiene algún problema de sueño porque la acuesto boca arriba y al volver del trabajo me la encuentro de lado o atravesada en la cama. (A ver señora, es que ¿usted no se mueve mientras duerme?).

-Yo, a mi niña, le limpio la cera de los oídos con unas pinzas, ( la niña tiene 15 días de vida) porque lo he visto en Internet. (Algunas es que no tienen que tener niños, como mucho un gato ).

-Dr. necesito recetas y creo que a mi niño le toca la vacuna de la polio.
El Dr.le entrega las recetas.
-Bueno , pase a enfermería para vacunarlo.
-¡Ay! que despiste, si no he traído al niño. ( O la mato, o la mato).